jueves, 2 de enero de 2014

De vuelta a la Neurosis.

Se dirigió al espejo y antes de prender la luz recordó que habían pasado ya casi siete años desde su llegada a este sitio. La memoria hizo lo suyo, imágenes de sí mismo cuando había llegado: Un cuerpo muy delgado, el cabello alborotado, la cara huesuda, un libro del cual no se separaba, muchas colillas de cigarro en sus bolsillos. Los primeros días habían sido difíciles, no se sabía mover por la ciudad y no tenía con quien hablar, su personalidad era como un erizo al que si te acercas mucho podía espinarte. La vida que había dejado no tenía mucho valor personal, de hecho, parecía un gran abismo pero su presente también lo era y el futuro no surgía de entre las estrellas, entonces fue como salir de la certeza de la nada para llegar a la incertidumbre de la aventura. ¿Qué ha sido de mi? Alguna vez alguien le dijo "Me pregunto cuanto queda de la persona que conocí" como contestación a una ráfaga de palabras que emanaban de una tensión. Es cierto, ya no soy el mismo. Más que los libros leídos (que no son muchos) han sido las vivencias las que han configurado mi rostro de manera distinta. Aún no prendo la luz, noto la silueta de mi rostro dibujada en el espejo, apenas una luz entra por las ventanas del baño, me enjuago la cara varias veces, esperando borrar con ello todas las impurezas, también las emocionales. Hace tiempo solía observarme mucho al espejo, a veces no reconocía que esa imagen que me devolvía fuera yo. Primero era la cotidianidad de la soledad y ahora es la cotidianidad de las actividades en la ciudad: El trabajo, la escuela, los amigos, la familia... De un tiempo acá he sentido una especie de despertar, como una abstracción a ese flujo que nos impide percibir los cambios. Sin prender la luz, me pregunto como será mi rostro en algunos años más. Mi cara es una máscara, las marcas en ella son de diferentes situaciones, ella es mi forma de decirle al mundo "Soy yo", aunque dicha identidad no sea más que una ficción provisional. 

Por fin, encendí la luz y lo primero que noté fue las ojeras, "Cuántos desvelos, eh?". Volví a mi cuarto y en él las pilas de libros que lo llenan, recordé a Merleau Ponty en una grabación "Las cosas de las que uno llena su entorno hablan de sus relaciones con el mundo", y aunque ahora soy más sociable que antes, aún prefiero esa necromancia que representan los libros. Un par de fotografías aquí y allá, un busto de unicel parcialmente destruido y con un rayo que lo atraviesa. Al final de "La Náusea" de Sartre, el protagonista escribe un libro para darle sentido a su vida, yo busco hacer lo mismo con mi vida: Darle un sentido que me parezca adecuado vivir, que me permita convivir con este mundo sin que mi cara se vuelva la de un oficinista o un burócrata, porque el mundo donde vivo lo he nombrado "Mundo Godinez". Conocí un habitante del mismo que dejó su testimonio acerca del mismo y de su mortalidad, echando una mirada de cucaracha sobre el mismo o describiendo la manera en que uno de sus integrantes fue traicionado por ese mundo, el tiempo lo devoró como sucede con todos, por fortuna, sus notas de viaje aun permanecen encriptadas. Me arreglo para salir, me miro al espejo y prometo no claudicar. 

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